Una mañana del día 10 de noviembre de 1810 (o tal vez fuera el 27 o el 24, las fuentes en Internet no se ponen de acuerdo) llamó a la puerta del número 54 de Berners Street en Londres un vendedor de carbón. La señora de la casa abrió la puerta y le dijo que nadie había hecho ningún encargo y sin más el carbonero se marchó por donde vino. Al poco rato más repartidores llamaron a su puerta trayendo consigo muebles, instrumentos musicales (lo que incluía un gran órgano transportado por seis hombres), flores, verdura, pescado, una tarta de boda e incluso un carro lleno de barras de pan. La cosa no quedó ahí y gente de diversas profesiones también aparecieron: médicos, dentistas, abogados, fabricantes de pelucas, criadas, sacerdotes, deshollinadores e incluso enterradores. Por si fuera poco el Gobernador del Banco de Inglaterra hizo acto de presencia en busca de una supuesta viuda que tenía la intención de poner una gran suma de dinero en su banco. Otras personalidades como el Duque de Gloucester, el arzobispo de Canterbury y el alcalde de la city acudieron a dicha casa. La calle estaba completamente congestionada de gente, lo que provocó peleas y casi un conato de revuelta. Tuvo que llegar la noche para que toda esa marea humana volviera de donde vino.
Mientras esto ocurría, dos personas se encontraban en la calle de enfrente viendo el espectáculo y es que todo partió de una apuesta. Eran Theodore Hook y Samuel Beazley. El primero le apostó una guinea a que era capaz de transformar cualquier casa de Londres en la más hablada en en una semana. Para conseguir su objetivo envió 4000 cartas solicitando todo tipo de encargos y la asistencia de diferentes profesionales.
domingo, 24 de octubre de 2010
Berners Street: La madre de todos los bulos
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